-¿Oyes eso? Es el rumor de las olas.
-¿Qué dicen?
-Nada y todo. Nos avisan, nos alivian, el viento que las acompaña nos limpia. No hay palabras, sólo es emoción, una emoción que ellas entienden a la perfección y nosotros no, aunque nos empeñemos en descifrar el mensaje.
Se hizo un silencio cómodo, arrebatador. Las luces, siempre presentes en la noche, testigos de momentos inalcanzables, titubeaban tímidas en las montañas lejanas que arropaban la costa. En ocasiones, el viento impulsado por el horizonte infinito arrastraba nuestras palabras más allá de nuestra propia percepción. Haciendo, que nuestra condición se sintiera arrebatada por el mundo y sus presentes.
Presentes, presente, presencia.
-Hablando de presencia. ¿Estás aquí? ¿O es un sueño?
-Jamás podremos descifrar el mensaje.
-La vida es así. Etapas en las que estamos absolutamente convencidos de nuestra presencia. Y momentos en los que no podríamos asegurar ninguna de nuestras vivencias.
¿Realidad o sueño?
El sueño, efímero y finito. Que tenga lugar en la mente no significa que no sea real. Que suceda o no, no significa que no tenga pálpito, que no tenga sentimientos, que no sea palpable. Todo late. Todo nos cambia y nos dice a donde ir, aunque en ocasiones, nos demos cuenta de eso demasiado tarde. Todo es una secuencia continua, que vive y se lanza, hasta que es interrumpida durante ese espacio de tiempo relativo, debido, al primer instante en el que se para el corazón y vuelve a latir, con una energía eléctrica nueva, renovada.
La interrupción, predestinada desde el primer latido.
Interrupción.
Las olas que hicimos crecer en nuestro interior, fueron interrumpidas,
Abandonamos la playa, sabiendo, que pronto y ya de manera inevitable, volveríamos a ella.
Descalzos, abandonamos la arena sombreada. Nos avisaron de que un autocar se había salido de la calzada.
"Estad atentos, algo a sucedido más allá, tened cuidado con lo que hagáis"
En el fondo, ya sabíamos que el autocar repleto de historias había volcado más a delante, aunque nunca llegamos a verlo, supimos que ahí estaba, no supimos relacionarlo con nosotros.
Prestamos atención a los faros del coche, para llegar al césped donde la gente adormilada celebraba un acto, al que los dos somos reacios y que la vida, de momento nos ha negado. Irónicamente, nuestra función, encomendada era captar sus mejores momentos, sentirla como nuestra y no dejar que eso se nos hiciera real. Cargados con dos cámaras y cuatro pares de pilas gastadas, volvimos a jugar a ser "fantasmas guarda-recuerdos" invisibles pero conscientes de que en ese momento, todo parecía volver a estar lejos de ser un sueño.
Dijimos basta bien pasada la media noche. Nos fuimos, atraídos por una botella de vino abierta, guardada a medio empezar.
Escondimos las cámaras y abrimos más los ojos, para volver a introducirnos en la arena sombreada, húmeda y fresca. E Inconscientes, descalzos otra vez, nos sentamos donde pocas horas antes habíamos dejado que todo fuera nuestro.
El viento menguó. El sonidos de las olas nos volvió a envolver e hizo que las cadenas de la vida fueran rompibles y de dudosa calidad. Sin saberlo, nos burlamos de ellas e hicimos que desaparecieran durante un breve espacio de tiempo. En ese instante, fuimos los dueños.
Dueños del silencio y de las palabras, de la arena y del agua. Del cielo y las montañas y por consecuencia, de nosotros mismos.
Con la piel oxigenada, el vino tinto entraba mejor. Pero no por ello nos costó más hablar. Nos dejamos llevar por historias de terror y una presencia sugestionada a nuestra espalda, que no se cansó ni un instante. Hablamos de magia y realidad, de la tierra y del universo, confeccionado por nuestra galaxia y mucho, mucho más allá. Hablamos de cosas impuestas por casualidad, más tarde de cosas impuestas por obligación y más tarde, por lo que nosotros de manera consciente, pudimos elegir en nuestras vidas.
-¿Qué será de nosotros?
-No lo sé, dejemos que la botella de vino decida.
De pronto, no nos pudimos controlar y nuestras almas se juntaron en una. Dejé caer el tabaco que tenía entre mis manos y te abracé, con miedo de hacerte daño. En la lejanía, muchas luces ya se habían apagado con el paso de las horas. Pero las que quedaban sonrieron a la par, viéndonos, ruborizadas, sentados en la playa, como dos granitos de arena más que se entrelazan entre ellos, para juntar sus cuerpos e intentar crecer, para reconstruirse de nuevo. Formando parte de un todo, formando una sola luz de color brillante, que pudo incluso hacer de faro para los barcos lejanos. Nos reportamos, nos recargamos, nos llenamos. Nuestras miradas lo dijeron todo, queríamos acurrucarnos, mientras la arena viva se mentía en nuestra ropa y se pegaba a nuestra piel.
Intentamos justificarnos, pero no pudimos, no era necesario.
Esa noche, nos acostamos al amanecer cansados, y al juntarnos de nuevo, decidimos, que esta vez seriamos nosotros que decidiéramos como acabaría esto. Pero más allá de nuestros deseos, más allá de nuestra necesidad, al final, lo dejamos todo en manos de azar. Para que nada pudiera ser interrumpido de manera real.
El curso natural de las cosas. Iluminemonos el uno al otro.
1 comentarios:
Increíble. De lo mejor que has escrito en tu vida.
Son unas palabras reales en un mundo lleno de locos. Ojalá perdurara para siempre todos esos sentimientos, de una manera u otra, ya quedan plasmados.
Me alegro, de corazón, por tí. Sigo deseándote todo lo mejor. :D
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